Desde niño siempre asistí a la Iglesia junto a mi Padre Enrique Osorio, quien era Guía de Clase (persona encargada de un templo no siendo pastor) del Templo Central de nuestra Congregación. Como hijo y niño yo lo acompañaba a todas partes. Pasé todos los años de mi vida rodeado de un ambiente cristiano, si bien es cierto que mi familia extendida no participaba en la Iglesia, siempre observé en la congregación de hermanos a personas que amaban a Dios. Esto me hacía sentir que pertenecía a una gran familia.
En el año 1983 enviaron al ministerio a mis padres, junto a mis hermanas y padres iniciamos nuestro ministerio en la comuna de Renca. Luego de presentar a Cristo por medio de la predicación en las calles en las cercanías de la Plaza de dicha comuna por varios meses, un día, un vecino de la villa Los Álamos abrió sus puertas para que pudiéramos establecer nuestro primer templo. Fue allí que a los 14 años me vi enfrentado a una gran decisión: ¿seguiría acompañando a mis padres o de verdad buscaría a Dios porque de verdad lo necesitaba?. En una actividad al aire libre escuché a un pastor invitado por nuestra Iglesia quien hablaba de la importancia de pedir perdón a Dios por nuestros pecados y que Él nos amaba tanto que entregó lo mejor de sí, Jesucristo, su hijo unigénito.
A los 14 años no me consideraba un gran pecador pero hubo algo que golpeó mi corazón. No importa cuánto tiempo llevaba en la Iglesia, yo necesitaba el perdón de Dios y fue allí cuando rendí mi vida a Cristo.
De ese entonces ya ha pasado mucho tiempo pero hoy, siendo padre de cuatro hermosos hijos junto a mi hermosa esposa Elizabeth y a mi madre, pastores bi vocacionales, servimos a Dios con todas nuestras fuerzas, anunciando la buena noticia que Dios tiene para esta generación.
Dios nos demostró su amor en que Cristo murió por nosotros aun cuando éramos pecadores…
…así dice el libro de Romanos 5:8
Para esto Dios nos ha puesto en este lugar.